Menonitas.org - El Mensajero Una oración de confesión

Oh Padre celestial, Dios de paz, que vives en tu real majestad: Me presento ante tus ojos de llamas de fuego, sabiéndome tu pobre pecador.

He vagado mucho tiempo cegado por mis propios errores, pero un día clamé a ti como hijo tuyo aunque no era tu hijo y no tenía tu espíritu sino que servía a espíritus inmundos porque fui una persona pobre y perdida (Hb 13,20; Ap 1,14-15). Había llegado a ser un hijo del diablo; no había nacido de nuevo por tu Espíritu ni había sido liberado de las ataduras del diablo (Jn 8,44; Ti 3,5). Pero ahora, Oh Padre, miserable pecador que soy, vengo a ti doblegado en profundo arrepentimiento, con un corazón como un niño, diciendo: Padre Nuestro que estás en los cielos, acéptame en tu gracia como el más humilde de tus siervos, porque si no, perdido estoy; redímeme de las fauces del pecado y por la gracia hazme heredero de tu reino (Lc 15,21; Mt 6,6; Ro 8,17).

He clamado a ti en mi error, santificado sea tu nombre, pero por descuido he tomado a veces en vano tu nombre. Mis palabras, por las que esta pobre criatura debiera glorificar tu nombre, fueron impuras y sucias. Me arrepiento de ello en lo más interior de mi alma: Oh Padre, prepara mi corazón mediante tu Espíritu Santo para que a partir de ahora, como es mi entera intención, glorifique tu nombre en todas mis palabras y mis obras que te debo (Is 64,19). Con acción de gracias procuraré honrar tu majestad (Sl 51,12).

Con desconocimiento también he invocado: venga a nosotros tu reino, pero, ¡ay de mí!, el reino de este mundo me tenía del todo absorto y por consiguiente no conocía tu reino. Y lo que más estorba tu reinado, eso es lo que yo procuraba como mi tesoro mundanal, y con todo el mundo construía el reino del diablo en la ceguera de mis razonamientos (Mt 19,23). Oh Padre, lamento haber errado tanto tiempo y por eso ahora oro con mejor sentido, con la confianza de un niño: medre tu reino y crezca en mí, haz que se extienda y agrande hasta que el reino del diablo sea destruido y desaparezca por sus propias contiendas y desunión (1 Jn 3,1; 2 Cor 6,18).

Pieter Pietersz fue un predicador menonita holandés del siglo XVII, cuya profesión de entre semana era la construcción de molinos de viento. Un hombre de enorme piedad y calor humano, compuso esta oración de confesión, siguiendo los lineamientos del Padrenuestro.

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